El criminal, dominado por sus fantasmas,
acecha a sus víctimas; las secuestras, las desnuda, las marca, las
viste, las obliga a asumir roles, las humilla: las goza. Las persigue para satisfacer su deseo de perpetrador. Torturadas física y mentalmente, les da muerte para luego, con delicadeza aterciopelada, envolverlas como una valiosa
porcelana para extasiarse a saborearlas.
Es el clímax de su obra, ha obtenido el trofeo.
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